sábado, 30 de agosto de 2014

El Quinto

  Avanzó en línea recta a través de las altas columnas, perfectamente modeladas y talladas. Su mirada estaba fija en algún punto perdido en el horizonte al que no prestaba gran atención pues su mente se hallaba ocupada con otros asuntos. Tras él, un tímido y temeroso sicario lo seguía a la vez que cuidaba las distancias ya que no quería ser el objetivo de su furia. El templo, que se encontraba esculpido en la misma roca de la montaña tenía su entrada al borde de un agudo saliente. Ya abandonado, fue antaño uno de los más importantes templos dedicados a los Cinco grandes. Ahora no era más que el refugio de un exiliado y su siervo.
  Al borde, el Quinto se detuvo.

 ¬Míralos,-dijo con un claro tono repulsivo-. no son más que el fruto de un accidente, de un experimento fallido.-prosiguió lenta y pausadamente.- Su mortalidad es repugnante, son como insectos invadiendo nuestro hogar, plagando las paredes y royendo nuestros bienes pero como insectos, deben ser exterminados.- Al decir ésto su pequeño siervo se sobresaltó.- Al principio puede que mis hermanos se nieguen a ver la verdad pues han quedado engatusados. Necios.- dijo recuperando su vívida mirada.- Yo seré el encargado de devolverle a nuestra raza lo que se le ha arrebatado. Nos devolveré la posición que nos corresponde como dioses de todo.- Volvió su mirada hacia su pequeño sirviente que se hallaba junto a una columna.- Pronto mi ayudante, pronto los veremos arder...

  El Quinto inició su marcha hacia el interior del templo con paso firme y seguro de si mismo. En su mano podía dibujarse la silueta de un pequeño y afilado artefacto en forma de espiral. Su plan estaba ahora en marcha.



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