lunes, 27 de octubre de 2014

Los ojos de fuego.

   Las rocas flotaban en el vacío frío espacial, chocando de vez en cuando unas contra otras desperdigando partículas en el oscuro ambiente, iluminado únicamente por una lejana estrella azulada. Entre las rocas, podía divisarse la gran nave de Catriel que parecía ajena al incesante movimiento de las piedras espaciales, atrapadas en un continuo baile de gravedad y energía. Junto a su nave, se extendía un asteroide mucho mayor que el resto. De forma irregular y muy oscuro parecía liberar pequeños haces de luz rojiza, dando al ambiente un toque siniestro. Con su armadura bien ceñida protegiéndolo del frío, Catriel avanzaba lento sobre la roca que carecía prácticamente de gravedad.
   La luz de la lejana estrella iluminaba el panel verde de su casco una vez se detuvo frente a una elevación vertical. Sin más movimiento, de entre la oscuridad surgieron cuatro grandes puntos de luz roja que incluso eclipsaban la mediana luz del lejano astro azul. Ya fuera por el frío o por la sensación de oscuridad, Catriel no estaba agusto en ese lugar. Ya ni siquiera recordaba la primera vez que estuvo allí y lo vio por primera vez. Esos grandes ojos mirándolo fijamente como si lo radiografiase. Por más que siempre había intentado ver qué había tras esos grandes ojos, fuera lo que fuera quedaba oculto en unas sombras tan espesas que ni la luz atravesaba. Catriel no dijo nada, sino que dejo que los ojos lo examinaran.
¬Una vez más, honras la causa por la que luchamos.-dijo una voz con los bajos muy marcados, que parecía provenir de los mismos ojos.-Entrégamelo.
   Catriel dudó. Lo había hecho cientos de veces pero por algún motivo sentía que aquello estaba mal.
¬Piensa en lo que ellos nos hicieron.-dijeron los ojos.-Nos traicionaron, a todos. Mi sucia hermana defendía un principio imposible, un principio... cruel.-enfatizó.-¿Acaso crees que yo disfruto con esto?. Mi hermana os creó contra mí, y aun así yo te acepté como aliado, Catriel. Tus hermanos fueron los que intentaron destruirnos, los que abusaron de su poder y crearon sin pensar en las consecuencias de destruir.-continuó con su mirada clavada en él.-Tu misión nos llevará a la paz que tú quieres... tan solo debes entregarme la luz de ese inmortal.-finalizó.
¬Aun no lo entiendo, maestro.-replicó.- Este inmortal era igual a mí, no hizo nada en mi contra y menos en la tuya.
¬Entrégamelo.-insistió.
   Catriel cedió finalmente. Echó su mano derecha hacia atrás e inspeccionó una pequeña mochila acoplada a su armadura. De ella obtuvo un recipiente azulado con grabados de gran calidad. Abrió su tapa que parecía estar enroscada fuertemente al resto del objeto. De su interior, un pequeño halo de luz rebotó hasta los grandes ojos que lo observaban, indiferentes. La luz se apagó entre ellos.
¬Bien.-dijo.-Uno más, Catriel. Tan solo queda uno y por fin podré ser libre, para poner orden en el universo, una paz duradera que es lo que tu quieres, ¿No es así?.-insistió.
¬¿Quién es el último?-`preguntó serio, ignorandole.
¬Mi hermana lo ocultó en un sucio planeta.-explicó con tono irascible.- Uno de los originales. Él lo llama Renovatio.
¬Así te lo traeré-dijo haciendo amago de darse la vuelta, interrumpido por la voz.
¬Pero he de advertirte de una trampa.-avisó.- Un guardián desertor posee algo que... necesito.-dijo sin querer dar más detalles.- Debes traerme al que llaman Séfiro, pero si Axel aun no conoce de su traición, tráemelo a él.-indicó.
   A Catriel le pareció extraño. Nunca había recibido tantas indicaciones para una misión que había repetido ya tantas veces.
¬Está bien.-dijo perdido.- Así lo haré.
¬Bien mi útil aprendiz.-dijo satisfecho.- Pronto obtendremos nuestra victoria.
   Catriel dio la vuelta a la vez que los ojos desaparecían en la oscuridad de nuevo, como si lo que hubiera tras ella hubiera cerrado sus dos pares de párpados. Se encaminó a su nave pensativo y a la vez dolido. Trataba de recordar algo que diera sentido a todo lo que hacía, que hasta ahora era en son de las palabras de aquellos extraños ojos.
   En silencio entró en la nave. El largo recorrido hasta el puente le sirvió para pensar en su nuevo objetivo, Axel. Este le parecía distinto al resto pues aquella voz le había dado unas indicaciones que nunca antes había recibido. Era como si tomara precauciones en cuanto a algo. También recordaba el planeta por las leyendas que le llegaban como flashes. Recuerdos mezclados en sueños en los que cinco inmortales luchaban entre sí mismos hasta destruirse, no solo a ellos, sino a todo lo que los rodeaba. Sin embargo, el nombre de Axel no le resultaba familiar en absoluto.
   Sus pasos resonaban entre las paredes de uno de los pasillos metálicos de la nave y parecían agolparse en fila para formar el eco lentamente. Catriel procuró no pensar más, al menos no hasta llegar al puente. Una vez allí, extendió su mano a la altura de su cintura hasta dejarla sobre un pequeño panel horizontal. La parte del traje que rodeaba su mano desapareció hacia atrás con un sonido metálico dejando ver su mano blanca en la que se marcaban algunas venas, propias de un cuerpo joven. El panel interactuó inmediatamente con su piel, iluminándose y poniendo la nave en marcha, que una vez salió de la zona de asteroides emprendió su viaje a unas increíbles velocidades.
   Ni la luz de las estrellas era visible desde donde Catriel se encontraba de pie. Ni si quiera un sonido. Esta inmutabilidad lo dejó retomar, inconscientemente, sus pensamientos. Trató de hilar todo lo que creía saber. Lo primero que recordaba era despertar en aquella roca, donde los grandes ojos brillaban. Tenía la armadura puesta aunque el casco estaba plegado hacía atrás, oculto. Su joven rostro estaba herido bajo el ojo, una herida sangrante y dolorosa. No recordaba nada más antiguo por si mismo, a no ser que decidiera creer lo que aquellos ojos de fuego le contaron. Le habló de una gran guerra contra su hermana, a la que tachaba de débil pues creó a los inmortales como armas contra él. Le explicó que era una de esas creaciones, pero que era diferente, que su misión era la de acabar con las aberraciones que concibió su hermana. 
   Catriel trataba de no confundir las cosas, sin embargo algo no cuadraba. ¿Por qué no recordaba nada de esa guerra?. Aquellos ojos nunca le respondieron por algún motivo, simplemente le indicaron donde estaban esos inmortales y los consumió, para entregarle la luz a su maestro. Eso es lo único que realmente sabía. Así recordó que esta vez no debía consumir al inmortal sino capturarlo. No le sería complicado pues aquellos ojos le habían proporcionado las armas necesarias para hacerlo hacía ya tiempo. Sin embargo era la primera vez que tenía que capturar uno. De alguna forma sabía que era un inmortal, pero cuando los apresaba y los consumía se sentía tan diferente... Sus gritos de dolor se agolpaban ahora en su cabeza. Nunca le gustó hacerlo, pero, era lo que se suponía que debía hacer al fin y al cabo. Aquellos ojos no le habían querido decir más, y él nunca se atrevió a preguntar.
   Una alarma invadió el espacio con su potente sonido alejando a Catriel de su absentismo. En unos segundos la nave se detuvo en seco, devolviendo al exterior su luz, que rozaba en los bordes del enorme planeta indicado. Más allá de él, a su derecha pudo observar una extraña figura toroidal, que rodeada de sombra le producía una curiosidad inevitable. Una curiosidad que alejó de inmediato pues no era a lo que había venido. 
   Más próximo al planeta, hizo descender la nave habiendo antes localizado a su objetivo, que parecía estar desplazándose en una lanzadera blanquecina, entre los pilares de la superficie. Al verlos un destello cruzó su mente. Era como si ya hubiera visto esos pilares, como si ya hubiera estado ahí antes, aunque parecía imposible. Alejó de nuevo esos pensamientos y cual cazador, se apresuró a preparar su nave, dispuesto a capturar a su última presa. 












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